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sábado, 2 de julio de 2011

XVIII

Sí la prisa, te dejo con aquella 
palabra atascada en la garganta. 

Por la premura dejaste de brindar 
aquel abrazo, un te quiero que se 
convirtió en humo, porque lo 
creíste innecesario o hasta ridículo.



Cuando la pena embarga, cuando 
el río que se desborda anega todo 
lo que conoces viene a ti, aquello 
que dejaste de dar, arrasa, destruye, 
te consume.



Deja la prisa para nunca, emite 
todas las palabras que tu corazón 
canta, extiende tus brazos más 
allá de lo imaginable, de la capacidad 
propiamente humana, aun en 
la distancia, construye tu alma.



No permitas que las aguas del tiempo 
te ahoguen en el silencio.

Jamás te vayas sin decir te quiero.

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