muy dichosos.
De pronto se convirtieron en
oscuros y tortuosos
donde la agonía es la constante.
Hubo una vez cientos de aves
tornasoles que
revoloteaban e iluminaban
con sus colores.
Ahora yacen sus alas marchitas
en el camino.
Hubo una vez la sincera y
bondadosa sonrisa
brindando esperanza al alma
ilusionada.
Hoy sólo subsiste el alma
cubierta de fantasmas.
Murió mi eternidad y estoy velándola.
César Vallejo, La violencia de las horas.
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