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domingo, 23 de enero de 2011

Violeta

Se decía que ése era su nombre, el cual encajaba a la perfección con el color de las venas en su cuerpo que se delataban a través de su transparente piel. Sus facciones de felino asustado no intimidaban a nadie, había en sus ojos un dejo de sombras de un pasado que todos, incluso, no sé si ella misma, desconocíamos.

Nadie supo de donde o cómo llegó.

Tenía unos 16 años, cuando se le vio en las calles por primera vez, una mañana nublada y con un poco de llovizna...sola, rondaba sin un camino definido, iba vestida con una falda a la rodilla de mezclilla, blusa rosa, zapatos deportivos blancos, su cabello era lacio, oscuro, a la altura de la nuca, lo cual le hacia lucir aun más pálida. Se veía perdida, en su mirada había vacíos, abismos; llevaba consigo un pequeño oso color almendra, al cual abrazaba contra sus incipientes senos.

La única palabra que se le escucho emitir fue lo que creímos era su nombre: Violeta, o quizá se trataba de su color preferido, de allí en fuera no dijo nada más. Por aquel tiempo, yo trabajaba como voluntario en un albergue para indigentes en una zona marginal en la ciudad de...eso no importa; se llevaron a cabo las pesquisas que fueron posibles dados los recursos (una más, una menos en las calles, cosa de todos los días), para intentar dar con el paradero de alguien que la conociese, pero no hubo resultados, además ya sabemos como es eso de la burocracia.

Se adaptó a la vida en las calles, buscando entre los desperdicios, imitando a otros indigentes, pero en realidad jamás interactuó con nadie. El doctor del albergue que en una ocasión le limpió una herida en la mano, me dijo que tal vez había sufrido un trauma muy severo, y le causó ese estado de ausencia. 
¡Vaya palabra!

Se movía con delicadeza, con ademanes propios de una princesa: la soberana de los basureros. Por las tardes llegaba a merendar y a dormir al refugio, era cuando yo la veía, en especial, cuando me tocaba colaborar en el comedor. En los dos años que "conviví" con ella, en una sola ocasión le vi brotar una lágrima de sus esquivos ojos, fue provocada porque no encontró su oso color almendra...el tesoro de la princesa desterrada, había sido hurtado por algún ser malévolo.

Hubiese querido rescatarla de ese vacío tan profundo (pero, ¿lo habría logrado?), no soy un miembro de la realeza para aspirar a tan alto honor, soy un caballero...sin embargo me causó miedo intentar salvarla de los dragones que la mantenían prisionera en la alta torre. 

Fui cobarde, lo reconozco, y cuando finalmente decidí que quizá podría hacer algo por ella...fue tarde, su cuerpo adquirió una tonalidad violácea propia de una enfermedad relacionada con el sistema nervioso. Se hizo "cuanto" se pudo...tuvo fiebres muy altas, finalmente cayó en shock en un hospital de asistencia pública, dijeron que falleció a consecuencia de hemorragia interna.

Dicen que el color violeta significa dignidad, aristocracia, espiritualidad... quizá se trataba de un espíritu muy grande en un frágil cuerpo humano, pero sólo son elucubraciones mías para aclarar mi conciencia y mis pensamientos, ya que no hice nada por ella.

Ahora, tantos años después, siendo yo, un anciano, la veo en mis sueños, con la mirada extraviada y una lágrima rodando por su mejilla, la veo con el color violeta en su piel como el reflejo de algunas aguas muy profundas de mares lejanos, ¿será que me esta llamando?, o ¿me querrá decir algo?. 

Ella, permanece tan bella, yo sólo soy un arrepentido hombre lleno de reminiscencias de aquella princesa que una vez derramó una lágrima y, permitió que un plebeyo como yo, la limpiara de su rostro, al hacer eso tuve la única oportunidad de rozar su mejilla y sus delicados labios de durazno.

Han pasado más de cincuenta años, ella sigue siendo ella, y yo sigo siendo un cobarde que le causó miedo enfrentar lo que esa mujer le inspiraba. 

Por ahora, intento sobrevivir lo que me queda de vida en este viejo cuerpo, acabado, pero me fortalece que ella permanece como la conocí...

A sus pies, mi princesa.

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