Powered By Blogger

martes, 18 de enero de 2011

La tercera mujer





-Sólo una vez -decía Melisa- y te prometo que así quedaremos en paz. Yo sabré lo que es tenerte, y tú sabrás lo que es sentir mi calor. Sólo una vez, ¿sí?.


Roberto asintió, sus piernas flaqueaban, pero ese temblor no era nada comparado con la revolución que había dentro de su cuerpo, sabía que si se acercaba un poco más a ella, podría destrozarla del deseo que sentía por esa mujer de ojos serenos. Y también le dolía comprender que después de esta vez, no habría ninguna más. Era hacerlo en ese ahí y en ese ahora, o vivir con la frustración de no haberla gozado jamás, o poseerla, y después arrepentirse por lo que pasara. Ella no se cegaba. Reconocía a la perfección que aun amándose, ese día podría ser o no ser la única ocasión en la que pudiera entregarse a él.


-Sólo una vez...-


Lo musitaba, quedamente, pero con la vehemencia de las olas que se estrellan contra las rocas en los acantilados. Ella se puso de pie, y se detuvo frente a él. Por su parte, él la tomo de la cintura y posó  la cabeza en su vientre, mientras que, desesperadamente, la abrazaba compulsivo. Melisa acariciaba su cabello al tiempo que empezaba a llorar bajito, como un niño que ha perdido su juguete adorado; ella se apretaba más contra Roberto.


Soltó la presión sobre su cintura y Melisa se sentó a su lado. Atrajo la cabeza hacía su pecho al mismo tiempo que  continuaba sollozando, mojando en sus lágrimas de arrepentimiento previo,  la blusa alba de Melisa. Con sumo cariño ella lo abrazaba contra sus senos, así pudo probar y sentir el calor y la respiración bajo la ropa. Levantó sus ojos y Roberto la miró largo y profundo, como sólo esos ojos marrones lo podían hacer.


La tomó una y otra vez con la fuerza de una descarga eléctrica que le recorría el cuerpo. A fin de cuentas esa sería la única ocasión en la que serían ellos en el mundo. En un lugar tan grande y tan vasto, dos almas que se convierten en una sola, con la delicadeza de las letras del mejor poeta y con la fuerza de la lujuria de su deseo.


Besándose el alma, se miraron por última vez, cada uno unió lo mejor que pudo las piezas de su rompecabezas personal, ella con la entereza de su decisión, y él con el placer que nunca pudo disfrutar de nuevo. Quedaron incompletos, pero la vida en sus rarezas, le dio a Melisa una parte inédita de él. La savia en su vientre fructificó.


Ella siempre fue una mujer digna y de palabra, y entendía que después de ese día, él pertenecería a alguien más.


En la vida de cada hombre, hay tres mujeres que aman: el amor romántico propio de los años juveniles, luego la mujer a la que elige para ser su esposa y madre de sus hijos, y la mujer que va a amar toda la vida.


Melisa, lo anhela cada día.
Roberto, la amará toda la vida.

1 comentario:

  1. Hubiera deseado que se quedará con el fruto que dejó... pero el amor es así impredecible y no siempre se puede quedar con quien se desea

    ResponderEliminar