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jueves, 18 de noviembre de 2010

FLORES PARA SOFÍA

A Sofía, siempre le gustaron las flores, eso lo inferí desde el día que piso nuestra casa, me llamó poderosamente la atención su juventud, sus ganas de vivir, la capacidad de adaptarse incluso al cuartito tan pequeño que le ofreció mamá, como su nueva vivienda, Todo inicio porque la señora de servicio, que había trabajado por años con nosotros, falleció, lo cual en primera instancia no hizo mucho con respecto a conmover a la familia, sino más bien, en lo que significaba no tener quien realizara las labores domésticas. Ella, Sofía, respondió al requerimiento, que se puso en el periódico:
Se solicita, mujer joven (por aquello de que no muriera pronto), para trabajo en casa, sepa cocinar, quedarse de lunes a sábado, sueldo competitivo (ajá).
Se presentaron varias candidatas, pero a todas mi madre les encontraba un pero, sin embargo con Sofía no tuvo muchas inquietudes, le gustó su modo respetuoso de dirigirse a ella, bajar la mirada ante el señorío que mamá decía tener, ante todo que no era una chica maleada, sólo había trabajado en otra casa, pero sus patrones no pudieron sostener más su estadía con ellos, y claro si por ella hubiera sido, hubiese permanecido con esa familia, hasta que se emparejaran las cosas económicamente, pero prefirieron del modo más amable, decirle que se fuera, que buscara algo para ella, que le diera cuando menos para lo básico.
Así, fueron los hechos, el como Sofía llegó a nuestra familia.
Antes de su llegada, empecé a desarrollar la habilidad de observar, de ver a través de lo aparente, a deleitarme con las cosas sencillas de la vida, y eso, la sencillez, era algo que ella irradiaba, y al decir esto no me refiero a ser común, no, eso no. Es una extraña aura que tienen algunas personas o circunstancias, en las que se encierra tanto, eso, lo que brinda lo adicional, lo maravilloso, eso es lo que ella poseía. Sólo algunos podemos percibirlo, debe ser que a partir de estar postrado tanto tiempo, me es posible ver más allá, dicen que Dios no te da nada que no puedas soportar, creí morir, pero no fue así, aun con la columna hecha polvo, seguí. Mi madre, mi padre, me miraban desde las alturas con cierta tristeza escondida, con reclamo velado, pero no dependía ya de mí, que el movimiento volviera a mis piernas, no; fue un accidente, un mal pase jugando, y ahí quedó mi movilidad, y en apariencia mi futuro, a pesar de la depresión, de lo oscuro, de encontrarme en un socavón, seguí.
Sofía me daba una alternativa distinta en mi sedentaria existencia, mirarla, examinarla, me hacía evocar cosas que sólo en la imaginación de un buen escritor pudiesen existir, campos repletos de girasoles, que se movían al unísono buscando a su amado sol, luna que se une plena y sin prisas en un mar nocturno, la llegué a amar como se ama a un ser supremo, sin esos deseos carnales, que en mi caso de nada me hubiesen servido. Tener privacidad, no era una opción para mí, sin embargo buscaba los momentos en los que podía estar a solas con mis cuadernos, dibujando, escribiendo, la imaginaba como la protagonista de una y mil historias, pero no como una protagonista común, sino como el todo, la circunstancia, los hechos, el paisaje, el aire, todo, todo podía ser Sofía. 
Una de las ocupaciones, que deseo creer que más le gustaban a ella, era salir a pasear conmigo, por aquellos tiempos, teníamos la oportunidad de ir a un parque cercano, y me llevaba a que me diera un poco la luz de la mañana, dos o tres veces por semana; al principio me daba pena, que aquellos que una vez me vieron ir y venir, corriendo, caminando, trotando, me vieran ahora con movimientos que no me pertenecían. Después lo asimilé, y caí en la cuenta que me volteaban a ver no era por mí (arruinaron mi ego), ni por mi estado, sino por la calidez que Sofía desprendía, una aura dorada que la iluminaba y compartía eso con quien le miraba. Se sentaba en una de las bancas, a mi lado, miraba hacía todos lados, aspiraba no sólo el aire, sino toda la vida que había en cada una de las cosas que en las que posaba sus lánguidos ojos. 
Desde mi silla de ruedas, la podía ver sin que casi nadie reparara en mí, de vez en cuando volteaba hacía mí, se acercaba un poco y hablaba sobre temas sencillos, cosas que para la mayoría no tienen importancia, como el color de una mariposa, la cercanía de las aves en su regreso a tierras cálidas, cosas pequeñas, que sólo ella podía apreciar, y yo, ahora en mi nuevo estado; en esta metamorfosis forzada, en la que el proceso del huevo, la oruga, crisálida, y la mariposa era aparentemente inversa. Hasta que encontré que en realidad la total fortaleza, la verdad de mí, la encontraba en lo que no era normal, en la consecuencia de la tragedia. Después de un rato de charla, se recargaba en mi hombro, y me decía que le gustaría que pudiésemos intercambiar lo que mirábamos, así, ella vería con mis ojos, y a su vez, yo miraría con los de Sofía. 
De haber sido así, me hubiera gustado encontrar a través de sus luceros algún atisbo de ternura para mí, aunque eso, ahora que lo veo a la luz del tiempo, era muy obvio, sólo que entonces yo prefería velar eso, y percibir sólo lo que ella era para mí. Yo sabía bien, lo que ella descubriría en los míos, el fervor incondicional, la entrega absoluta, el amor que me inspiraba. 
Usualmente buscaba en alguno de los jardines que pasábamos de regreso a casa, tomar una flor, desde la más sencilla y humilde, hasta la más hermosa y soberbia rosa; la olfateaba con todas sus fuerzas, y me decía: la vida se puede percibir de muchas maneras, una de mis favoritas, es inhalando el aroma de las flores, es como si de pronto tuviera dentro de mí, todo un torbellino de cosas...¿has visto la película del Mago de Oz? Recuerdas esa frase de Dorothy, cuando va a regresar a casa: no hay lugar como el hogar, así, al aspirar ese aroma, me siento en mi hogar, a donde pertenezco, en donde debo estar. 
Luego, depositaba un beso en la flor y la colocaba con delicadeza en mi regazo, mi madre siempre nos preguntaba de donde obteníamos tales dádivas, y usábamos mentiras piadosas, para que no supiera que las hurtábamos, aunque si bien es cierto, yo sólo era cómplice.
Un día, empecé a notar algo raro en el ambiente, como diría una canción de Mecano, presagio de que algo emocionante va a pasar...pero no fue emocionante, fue más bien inesperado, Sofía no salió de su recámara como lo hacía habitualmente en las mañanas, mi madre la fue a llamar y no respondió. Nada, silencio total. 
Ella abrió la puerta y la encontró sobre su cama, con unas rosas exquisitas en su mesita de noche, le habló, la movió, pero no hubo respuesta. Le llamó a mi padre, y tomo la decisión de hablarle al médico de la familia, y el dictamen fue que Sofía falleció durante el sueño, me acerqué y la vi ahí, inmóvil, serena, con sus bellas flores. 
No supe más, no quise saber más.
En unos días está a punto de salir mi primer libro de cuentos, dedico mis letras a ella.
Querida Sofía.
La muerte no es mala, si huele a flores


Si huele a ti.

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