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domingo, 28 de noviembre de 2010

HACER MILAGROS




Hacer milagros...
Eso dijo mi madre, que era la misión que yo tenía en la vida, desde el día que vi la primera luz un frío jueves de otoño. No entendía de donde sacó mi santa madre, tal idea, si, la verdad es que desde que tengo uso de razón, manifestaba ciertas tendencias muy
irregulares si las comparaba con el resto de mis conocidos, que siendo sincero no eran muchos.
Un día, a mis escasos ocho años, cuando iba en tercero de primaria, y mi querida maestra Magaly, nos ponía a cantar canciones hawaianas, y estaba de lo más desafinado, entonando a voz de cuello: 

...Make, tue, tue , tamba Duba, duba Duba, duba Make, tue tue, tamba Duba, duba Duba, duba Ehue, y ehue y ehue y ehue…




Llegó mi madre, sumamente apurada, sofocada, y de la impresión que se llevó la maestra, me dejó inmediatamente partir con ella, no sabía a donde nos dirigíamos, sólo sé, que me llevaba de la mano en vilo, yo pensé que alguna tragedia muy grande había sucedido, por la premura con la que me subió al auto, y sin más arrancó, mientras que yo en mi cabeza de niño, total y completamente orientada al dramatismo, incluso creí que nos habían desalojado de casa de mi abuela, mis tíos que tanto se molestaban porque mamá y yo vivíamos con ella.

Pero no, no se trataba de que mis Tortugas Ninja edición especial, estuvieran rodando por media calle a consecuencia del desalojo, y que Chuyito, mi vecino y acérrimo rival de juegos, que deseaba mis tortugas a morir, se hubiera apoderado de ellas, no, nada que ver con eso. 

Mi madre, me condujo hasta un lugar que me parecía totalmente desconocido, un mirador en el cual podía verse si no toda la ciudad, si la mayor parte de ella. El mirador se llama La Rosa de los Vientos. Aunque era medio día, hacia un calor algo pesado, y con eso que donde vivo sólo existen tres estaciones en el año, es decir, calor, frío y aire, pues sudaba a raudales, mientras que mi madre, tan deschabetada como siempre, me dijo que me quitara la camisa del uniforme, y que sólo me quedara con mi camiseta (obviamente de las Tortugas Ninja), para ver si me aliviaba algo del sofoco que sentía por estar en un lugar algo más alto y además me premió con un juguito sabor guayaba que tanto me gusta. 

El caso es que yo me preguntaba que hacíamos allí, mientras que chupaba del popote mi jugo, y no entendía que tenía yo que ver o hacer, aunque si bien, era cierto que disfrutaba mucho estar con mi madre; y más si ella se la pasaba trabajando, me condujo hasta la orilla, y me dijo:
-Ha llegado el momento de decirte una verdad, pero primero dime: - ¿qué vez mi niño?-
-Mmmm, ¿piedras y tierra?- le contesté yo.
-Mira bien, con detenimiento, observa como yo te he enseñado, ponle los ojos a tu corazón- agregó mi madre.
-Veo…veo casas pequeñitas, árboles, carritos, más piedras, personas...mira allá va un perro- le dije.
-Eso, es, son las personas, con las que convives todos los días, a las que vez pasar sin que les pongas atención y…
-Mamá, dime que verdad me vas a decir- dije impaciente.
-Bueno, sin más rodeos he de decirte, que tu misión en la vida es hacer milagros…
-¿Qué?- dije asombrado, con cara de duda, y recordando que cuando acompañaba a mi abuela a misa de siete de la mañana los domingos, me llamaban mucho la atención las imágenes de un montón de gente, con cara de sufrimiento, otros tantos sangraban, y me daban miedo. Y al preguntarle a mi abuela, que quienes eran, ella contestaba, que eran santos, y que hacía milagros, es decir, cumplen imposibles…

¡Ay por Dios!
Yo un santo de los que hacen milagros, sangran, sufren, y no tienen Tortugas Ninjas ni figuras de acción de los Amos del Universo. ¡Que tragedia! Tendría que darle todos mis más queridos tesoros al Chuyito…para cumplir con uno de los votos que decía mi abuela que hacían esos benditos hombres y mujeres…pobreza.
Regresé a la realidad en el mirador con mi madre, que acababa de develar mi esencia sobrenatural y cuando casi sentía la luz que irradiaba de todo mi cuerpo, escuché la voz de ella diciéndome:

-Es sencillo, espero que para ti lo sea. Cuando te digo que tu misión es hacer milagros, me refiero a que deberás realizar tu máximo esfuerzo para decir la palabra adecuada, sonreír, acompañar, es decir, ser un humano en toda la extensión de la palabra, por eso te traje aquí, para que veas la cantidad enorme de milagros que puedes y podrás realizar, cuantas personas hay allá abajo, así que lograrás: ayudar, dar la mano a quien cae, tolerar, amar…eso es hacer la diferencia, y las diferencias obran los milagros. No es sencillo en muchas de las ocasiones, pero tu naturaleza es hacer y propagar prodigios-. 
Abrí desmesuradamente los ojos, y me sentí totalmente terrenal, por lo cual agradecí infinitamente a todos los santos conocidos y por conocer.  Mi madre me tomó de la mano y me llevó de vuelta al auto, partimos en silencio, yo pensaba, e intentaba acomodar en mi mente infantil tan grande secreto revelado a mí. 
Tantos años después no sólo pienso en ello, ya entiendo que mi propia madre hizo la diferencia al darme a luz siendo tan joven, también intento en la medida de mis humanas posibilidades, realizar los milagros que aquella tarde en el mirador, mi madre me mostró que era factible llevar a cabo.

Por cierto, le regalé una de mis tortugas edición especial a Chuyito.


sábado, 20 de noviembre de 2010

LO QUE SOY

Poseo sólo lo que ves,
sin adornos, sin aderezo de
piedras preciosas alguno,
sin falso fulgor, soy yo.


Un corazón que ama con fervor,
un espíritu contestatario,
que no ha permitido que
la desolación lo aniquile.


Que aun nadando contracorriente
va aprendiendo como no dejarse
llevar por el bravío oleaje
de los dolores y contradicciones.


Una sonrisa dulce e inmejorable
que está presta a iluminarte,
la palabra sincera que nace
de mi alma, que aun amordazada
se ha revelado y ha permanecido
luchando por salir del pantano.


Una mirada castaña custodiada
por largas pestañas que sigue
tus pasos, amando cada detalle,
cada marca, que tú me regalas.


Lo que ves es lo que tengo,
no hay riquezas materiales,
sólo un par de brazos fuertes
para trabajar hombro con hombro.


Te ofrezco un lugar donde los
sueños pueden ser tan tuyos
como lo son míos.
Un paraíso a colores,
donde me retiro a soñarte,
a idolatrarte, a amarte.


Soy la esperanza que no se acaba,
 todos los días desde hace años 
confío que al salir a la puerta
de casa, me encuentre
con tu ojos y tu voz serena
diciéndome: hola...soy yo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

FLORES PARA SOFÍA

A Sofía, siempre le gustaron las flores, eso lo inferí desde el día que piso nuestra casa, me llamó poderosamente la atención su juventud, sus ganas de vivir, la capacidad de adaptarse incluso al cuartito tan pequeño que le ofreció mamá, como su nueva vivienda, Todo inicio porque la señora de servicio, que había trabajado por años con nosotros, falleció, lo cual en primera instancia no hizo mucho con respecto a conmover a la familia, sino más bien, en lo que significaba no tener quien realizara las labores domésticas. Ella, Sofía, respondió al requerimiento, que se puso en el periódico:
Se solicita, mujer joven (por aquello de que no muriera pronto), para trabajo en casa, sepa cocinar, quedarse de lunes a sábado, sueldo competitivo (ajá).
Se presentaron varias candidatas, pero a todas mi madre les encontraba un pero, sin embargo con Sofía no tuvo muchas inquietudes, le gustó su modo respetuoso de dirigirse a ella, bajar la mirada ante el señorío que mamá decía tener, ante todo que no era una chica maleada, sólo había trabajado en otra casa, pero sus patrones no pudieron sostener más su estadía con ellos, y claro si por ella hubiera sido, hubiese permanecido con esa familia, hasta que se emparejaran las cosas económicamente, pero prefirieron del modo más amable, decirle que se fuera, que buscara algo para ella, que le diera cuando menos para lo básico.
Así, fueron los hechos, el como Sofía llegó a nuestra familia.
Antes de su llegada, empecé a desarrollar la habilidad de observar, de ver a través de lo aparente, a deleitarme con las cosas sencillas de la vida, y eso, la sencillez, era algo que ella irradiaba, y al decir esto no me refiero a ser común, no, eso no. Es una extraña aura que tienen algunas personas o circunstancias, en las que se encierra tanto, eso, lo que brinda lo adicional, lo maravilloso, eso es lo que ella poseía. Sólo algunos podemos percibirlo, debe ser que a partir de estar postrado tanto tiempo, me es posible ver más allá, dicen que Dios no te da nada que no puedas soportar, creí morir, pero no fue así, aun con la columna hecha polvo, seguí. Mi madre, mi padre, me miraban desde las alturas con cierta tristeza escondida, con reclamo velado, pero no dependía ya de mí, que el movimiento volviera a mis piernas, no; fue un accidente, un mal pase jugando, y ahí quedó mi movilidad, y en apariencia mi futuro, a pesar de la depresión, de lo oscuro, de encontrarme en un socavón, seguí.
Sofía me daba una alternativa distinta en mi sedentaria existencia, mirarla, examinarla, me hacía evocar cosas que sólo en la imaginación de un buen escritor pudiesen existir, campos repletos de girasoles, que se movían al unísono buscando a su amado sol, luna que se une plena y sin prisas en un mar nocturno, la llegué a amar como se ama a un ser supremo, sin esos deseos carnales, que en mi caso de nada me hubiesen servido. Tener privacidad, no era una opción para mí, sin embargo buscaba los momentos en los que podía estar a solas con mis cuadernos, dibujando, escribiendo, la imaginaba como la protagonista de una y mil historias, pero no como una protagonista común, sino como el todo, la circunstancia, los hechos, el paisaje, el aire, todo, todo podía ser Sofía. 
Una de las ocupaciones, que deseo creer que más le gustaban a ella, era salir a pasear conmigo, por aquellos tiempos, teníamos la oportunidad de ir a un parque cercano, y me llevaba a que me diera un poco la luz de la mañana, dos o tres veces por semana; al principio me daba pena, que aquellos que una vez me vieron ir y venir, corriendo, caminando, trotando, me vieran ahora con movimientos que no me pertenecían. Después lo asimilé, y caí en la cuenta que me volteaban a ver no era por mí (arruinaron mi ego), ni por mi estado, sino por la calidez que Sofía desprendía, una aura dorada que la iluminaba y compartía eso con quien le miraba. Se sentaba en una de las bancas, a mi lado, miraba hacía todos lados, aspiraba no sólo el aire, sino toda la vida que había en cada una de las cosas que en las que posaba sus lánguidos ojos. 
Desde mi silla de ruedas, la podía ver sin que casi nadie reparara en mí, de vez en cuando volteaba hacía mí, se acercaba un poco y hablaba sobre temas sencillos, cosas que para la mayoría no tienen importancia, como el color de una mariposa, la cercanía de las aves en su regreso a tierras cálidas, cosas pequeñas, que sólo ella podía apreciar, y yo, ahora en mi nuevo estado; en esta metamorfosis forzada, en la que el proceso del huevo, la oruga, crisálida, y la mariposa era aparentemente inversa. Hasta que encontré que en realidad la total fortaleza, la verdad de mí, la encontraba en lo que no era normal, en la consecuencia de la tragedia. Después de un rato de charla, se recargaba en mi hombro, y me decía que le gustaría que pudiésemos intercambiar lo que mirábamos, así, ella vería con mis ojos, y a su vez, yo miraría con los de Sofía. 
De haber sido así, me hubiera gustado encontrar a través de sus luceros algún atisbo de ternura para mí, aunque eso, ahora que lo veo a la luz del tiempo, era muy obvio, sólo que entonces yo prefería velar eso, y percibir sólo lo que ella era para mí. Yo sabía bien, lo que ella descubriría en los míos, el fervor incondicional, la entrega absoluta, el amor que me inspiraba. 
Usualmente buscaba en alguno de los jardines que pasábamos de regreso a casa, tomar una flor, desde la más sencilla y humilde, hasta la más hermosa y soberbia rosa; la olfateaba con todas sus fuerzas, y me decía: la vida se puede percibir de muchas maneras, una de mis favoritas, es inhalando el aroma de las flores, es como si de pronto tuviera dentro de mí, todo un torbellino de cosas...¿has visto la película del Mago de Oz? Recuerdas esa frase de Dorothy, cuando va a regresar a casa: no hay lugar como el hogar, así, al aspirar ese aroma, me siento en mi hogar, a donde pertenezco, en donde debo estar. 
Luego, depositaba un beso en la flor y la colocaba con delicadeza en mi regazo, mi madre siempre nos preguntaba de donde obteníamos tales dádivas, y usábamos mentiras piadosas, para que no supiera que las hurtábamos, aunque si bien es cierto, yo sólo era cómplice.
Un día, empecé a notar algo raro en el ambiente, como diría una canción de Mecano, presagio de que algo emocionante va a pasar...pero no fue emocionante, fue más bien inesperado, Sofía no salió de su recámara como lo hacía habitualmente en las mañanas, mi madre la fue a llamar y no respondió. Nada, silencio total. 
Ella abrió la puerta y la encontró sobre su cama, con unas rosas exquisitas en su mesita de noche, le habló, la movió, pero no hubo respuesta. Le llamó a mi padre, y tomo la decisión de hablarle al médico de la familia, y el dictamen fue que Sofía falleció durante el sueño, me acerqué y la vi ahí, inmóvil, serena, con sus bellas flores. 
No supe más, no quise saber más.
En unos días está a punto de salir mi primer libro de cuentos, dedico mis letras a ella.
Querida Sofía.
La muerte no es mala, si huele a flores


Si huele a ti.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

LO QUE NO VES

Me arden las entrañas
y aprovecho para escribir.
Se agolpan los pensamientos
como si de un escape de 
presión se tratará.
El suspiro que no llega.
El tacto, se ahoga porque
no percibe la superficie.
La sensación muerta, la 
que se perdió en la idea,
porque el sentimiento no
basta, no es suficiente.
No encuentro palabras
para mediar distancia.




Me arde el alma, si pudiera
ubicarla, donde queda, en
que parte de este cuerpo 
que vacio se siente, que vacio
se mantiene firme, erecto.


Aparenta lo que fue
pero que nadie más que
él mismo sabe, que tanto 
fue; me arde el raciocinio
aquel, que es mi único
compañero, él que jamás 
me deja, él que es fiel,
él que es constante, donde
crece el fuego que corroe
y devora. Él que no engaña,
él que se debate en batallas
sórdidas, lacerantes.
Sacrificios ignotos, en pro
de lo que siento, lo que 
me abrasa las entrañas.